Hace varios meses que teníamos la tarea pendiente de comentar el último número especial de la revista History of Psychology (Vol. 18, Nº 3), publicado en agosto del año pasado y que estuvo dedicado a Feminismo y Psicología. Pensamos que comentar estos artículos podría servir para visibilizar una temática emergente y, por qué no decirlo, controversial. Los artículos seleccionados en este número ayudan a construir una historia de la relación entre feminismo y psicología; rescatar puntos de encuentro entre estos dominios y señalar algunos espacios de tensión que se desplazan hacia las perspectivas de género y las ciencias psy. Y en este contexto, la perspectiva transversal de este número es clara: el intercambio entre el feminismo y la psicología ha sido persistente, continuo y productivo, a pesar de tomar formas contingentes, histórica y geográficamente (Rutherford y Pettit, 2015).
El número comienza con la introducción de sus editores Alexandra Rutherford y Michael Pettit titulada: “Feminism and/in/as psychology: The public sciences of sex and gender” (El feminismo y/en/como Psicología: La ciencia pública del sexo y el género). Se destaca la exposición un modelo tripartito que conceptualiza la dinámica trayectoria que une a estos campos. El primer eje “Feminismo y Psicología”, aborda las tensiones entre este movimiento político y una disciplina que, desde una posición normativa y la voz de algunos de sus representantes, valida supuestos androcéntricos y heterosexistas a lo largo de su historia. El segundo, “Feminismo en Psicología” releva aquellos momentos históricos en que las -autodenominadas- feministas intervinieron en la disciplina para alterar sus contenidos, metodologías y poblaciones, rescatando eventos anteriores al período tradicionalmente asociado con las “fundadoras de la psicología feminista” (1970). Finalmente, un tercer eje aborda “El Feminismo como Psicología” y “La Psicología como Feminismo”, explorando el terreno compartido y, específicamente, señalando los momentos históricos en que ambos hicieron causa común a nivel conceptual, metodológico y epistemológico.
En el artículo “The personal is scientific: Women, gender, and the production of sexological knowledge in Germany and Austria, 1900–1930” (Lo personal es científico: la mujer, el género y la producción de conocimiento sexológico en Alemania y Austria, 1900-1930) Kirsten Leng visibiliza las contribuciones de una serie de mujeres a la sexología durante principios del siglo XX en la Europa de habla alemana. Tradicionalmente se reconoce como “fundadores” a Richard von Krafft-Ebing y a Magnus Hirschfeld, omitiendo el valor de las investigaciones de mujeres que movilizaron su género reconociendo su propia experiencia como una forma privilegiada de “conocimiento situado”. Basada en el análisis de textos escritos entre 1900 y 1931, la autora muestra cómo las mujeres eran capaces de hacer valer su autoridad y conocimiento en determinadas áreas temáticas: la sexualidad de las mujeres y la diferencia sexual. Pero también se ponen de manifiesto las limitaciones de la mujer en una perspectiva de género implicando su interseccionalidad con la raza y clase social. Interrogando al género, este artículo presenta matices muy necesarios para la comprensión de la sexología, señalando un espacio donde nuevas subjetividades sexuales fueron imaginadas, articuladas, y debatidas.
Ann Jonhson y Elizabeth Johnston son autoras del trabajo “Up the years with the Bettersons: Gender and parent education in interwar America” (Hasta los años con los mejores hijos: Género y educación de padres en los Estados Unidos de entreguerras). Este estudio reporta cómo entre los años 1920 y 1930, junto al movimiento de educación de padres en USA se abre el campo del desarrollo infantil como un espacio de formación y que genera puestos de trabajo para psicólogas y otras profesionales afines. A partir de la exploración de ejemplos proporcionados por las mujeres en el Instituto de Minnesota de Bienestar de la Infancia, que produjeron programas de radio sobre la crianza del niño, se rescata el papel de algunas mujeres que presentan formas de pensar la vida familiar desafiantes para la época. En este contexto, se aborda el impacto de expertas que participan en el movimiento de educación de padres y que, por ejemplo, cuestionan las definiciones de John B. Watson acerca de la maternidad centrada en la función de ajuste y fomentan la ampliación de los roles parentales y la autorrealización. Su análisis sugiere roles de género que se desplazaban en direcciones más igualitarias, entregando un conocimiento de nuevas opciones de identidad para las mujeres y los hombres.
El ensayo de Teri Chettiar titulado “Treating marriage as “the sick entity”: Gender, emotional life, and the psychology of marriage improvement in postwar Britain” (Tratando el matrimonio como “entidad enferma”: el género, la vida emocional y la psicología del matrimonio mejora en la Gran Bretaña (GB) de la posguerra) examina cómo las relaciones de pareja llegaron a constituirse en objetos terapéuticos después de la Segunda Guerra Mundial (SGM), ampliando el significado y la comprensión del matrimonio. En contraste con las preocupaciones que prevalecen durante las décadas acerca de insatisfacción sexual como el principal impedimento para la estabilidad matrimonial, consejeros/as y terapeutas matrimoniales después de la SGM proponen que la armonía conyugal depende de la madurez psicológica cónyuges. Así, la incapacidad para sostener el matrimonio estable fue interpretada como un signo de interrupción del desarrollo, derivada una relación disfuncional con uno o ambos padres durante la infancia. La igualdad -pero también la diferencia- en relación a los roles de género se transforma en la piedra angular de la moderna comprensión del matrimonio. El éxito terapéutico trasciende la estabilidad en el matrimonio, incorporando como medidas la actuación adulta de roles femeninos y masculinos.
El trabajo de Susanna Kim y Alexandra Rutherford, titulado “From seduction to sexism: Feminists challenge the ethics of therapist–client sexual relations in 1970s america” (Desde la seducción al sexismo: las feministas cuestionan la ética de las relaciones sexuales entre terapeutas y clientes en USA de 1970s) revela que hasta entrados los 70s, la línea entre la seducción y la explotación sexual era extremadamente borrosa tanto para pacientes como para terapeutas. Psicólogos y otros profesionales de la salud mental que se vinculan sexualmente con sus pacientes no cometían violaciones éticas. Y no fue hasta que, en el marco de del grupo de trabajo de la APA sobre el sesgo y estereotipos de roles sexuales en la práctica psicoterapéutica (Task Force on Sex Bias and Sex Role Stereotyping in Psychotherapeutic Practice), un grupo de psicólogas feministas documentaron el sexismo en la psicoterapia, visibilizando como transgresiones graves las relaciones sexuales entre terapeuta-cliente. Estos esfuerzos se contextualizan en una crítica feminista más amplia hacia las disciplinas psi que comenzaron a finales de los 60, evidenciando cómo el sexismo implícito en conductas de seducción y la intimidad sexual con clientes no eran éticas. Como un ejemplo de intervención feminista en la psicología (y en la sociedad) de ideologías de género existentes, este proceso destaca el fortalecimiento mutuo de la relación entre psicología y feminismo, mostrando su confluencia tanto metodológica como políticamente.
Nora Ruck es autora del trabajo “Liberating minds: Consciousness-raising as a bridge between feminism and psychology in 1970s Canada” (Mentes liberadoras: la concienciación como un puente entre el feminismo y la psicología en el Canadá de 1970s). Allí examina las interrelaciones entre la psicología y el feminismo en el trabajo de psicólogas feministas y feministas radicales en Toronto a principios de 1970. Para la psicología feminista canadiense, así como para el activismo de la segunda ola, Toronto fue un punto de acceso en particular; un espacio para una escena animada de las feministas que trabajan establecidas en organizaciones de mujeres junto con las feministas socialistas y radicales más jóvenes. Este artículo analiza las interrelaciones de la psicología académica feminista y el activismo feminista, centrándose en la toma de conciencia, una práctica que se comprometió a tender un puente sobre las tensiones entre lo personal y lo político, la liberación psicológica y social, el conocimiento cotidiano y la producción de conocimiento institucional, la teoría y la práctica, como así como el movimiento de mujeres y otros ámbitos de sus vidas.
Finalmente, el trabajo de Jenifer Dodd, “The name game”: Feminist protests of the DSM and diagnostic labels in the 1980s” (El nuevo juego: protestas feministas al DSM y etiquetas diagnósticas en los 80s), examina las protestas al Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) a mediados de la década de 1980, pmostrando cómo las feministas que trabajan en los campos de salud mental lidiaron con las tensiones entre su visión política y su trabajo. El DSM se convirtió en un sitio donde las mujeres intentaron dilucidar las cuestiones relacionadas con el género, la profesionalización y el poder e influencia del “etiquetamiento”. Las feministas privilegiaron una lectura sociológica de género, evidenciando que el límite entre lo social y patológico no estaba claro. Este debate ejemplifica una propuesta para diagnosticar a los violadores como enfermos mentales, mientras se tensiona la violación como un problema de violencia hacia las mujeres, en lugar de un problema de la sexualidad masculina. Para las mujeres profesionales, esta propuesta y el DSM más ampliamente, plantearon una serie de preguntas sobre si ambos marcos podrían integrarse, y si los tratamientos psicológicos para los problemas sociales eran apropiados.
Invitamos a nuestros/as lectores/as a revisar con mayor profundidad los artículos de este número especial y a enviarnos sus comentarios y opiniones.