Por Bruno Jaraba
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Dicho lo anterior, me permito afirmar, hoy que se celebra el Día del Psicólogo (sic) en mi país, que poco hay tan contraproducente para la indagación histórica de la disciplina como estas celebraciones. Y Colombia es un excelente ejemplo de ello: aquí la historia es tema de un día al año.
Este blog ha sido un lugar privilegiado para observar el fenómeno, hasta el punto de permitir predicciones: hoy, sin duda, será el día de más tráfico del blog en toda su existencia, tal y como fue el 20 de noviembre pasado, cuando recibimos 2.645 visitas (casi todas procedentes de Colombia, por supuesto), más de lo que contamos en un mes promedio. La escueta nota publicada hace dos años con el poco sugerente pero explícito encabezado “20 de noviembre: Día del psicólogo en Colombia” es el contenido más atractivo de este blog, pues al día de ayer contaba 8.064 visitas (mi pronóstico es que para mañana habrá rebasado las 10.000). El segundo post más visitado, que también se refiere a una celebración nacional, apenas alcanza 1.481 visitas.Es llamativo que nuestro público de Brasil, país que alberga a la más populosa comunidad psicológica y de historia de la psicología en Iberoamérica, no se muestre tan atraído por estos temas: los dos post que hemos publicado al respecto han recibido en conjunto 1.448 visitas. Otro tanto puede decirse del público argentino, cuyos accesos a los post conmemorativos no llegan a 1.000. Por supuesto, es de Brasil y de Argentina de donde proviene el mayor volumen de visitas totales a nuestro blog, casi la mitad de éstas, pero tales visitas tienen por destino otros post de diversas temáticas de interés para la historia de la psicología. Dicho de otro modo: las comunidades en las que la historia de la psicología está más consolidada, como Brasil o Argentina, conceden limitada atención a estas efemérides, mientras aquellas otras en las que la perspectiva histórica es incipiente gravitan notoriamente en torno a sus fechas fundacionales, que acaparan y agotan todo su sentido histórico.
Me atrevo a sugerir que lo que media entre unas comunidades y otras es la distinción que Hugo Klappenbach (2006) retoma de Romero entre conciencia histórica, una actitud constitutiva de identidades colectivas, y el conocimiento histórico, perspectiva crítica, reflexivamente fundada, que pone en cuestión los fundamentos de dichas identidades. En el primer caso el pasado es recuperado con ánimo celebratorio para fines de cohesión gremial y legitimación de relaciones de autoridad -intelectual e institucional- vigentes. Por su parte, el conocimiento histórico demanda indagar críticamente ese pasado para cuestionar el presente, al revelar lo contingente de sus condiciones de posibilidad, abriendo así posibilidades de transformación o por lo menos de un posicionamiento reflexivo frente al ejercicio actual de la disciplina.
Las conmemoraciones, con toda su carga simbólica y su potencial de movilización colectiva que no son menoscabados por lo arbitraria que sea su designación, son sin duda de los recursos preferidos para el mantenimiento de la conciencia histórica y a la vez una forma de embotar la indagación crítica de la historia. Señalan un punto de origen con el que toda la comunidad puede identificarse y a partir del cual las vicisitudes de la disciplina y la profesión se despliegan con la fluidez y unidireccionalidad de los fenómenos naturales, como una forma de crecimiento que sólo demanda una cronología que lo paute. Las conmemoraciones convierten la historia en una caja negra. Otra vez, el caso colombiano es un excelente ejemplo de ello.
A falta de una agremiación profesional universal y oficialmente reconocida, logro que sólo fue posible para la psicología colombiana hasta 2006, esta comunidad no contó con la opción de establecer como fecha conmemorativa el establecimiento de una agremiación tal, como es común en otros países. Pero precisamente a falta de tal factor de cohesión, se hacía más necesario ese recurso simbólico del origen común que dotara de identidad a quienes ejercen la disciplina, de allí que desde principios de los años 70 empezaran a señalarse diversos momentos del pasado en términos del nacimiento de la psicología colombiana. Si bien las fechas y los episodios variaban, todas las versiones coincidían en señalar al Instituto de Psicología Aplicada de la Universidad Nacional como el locus originario de la disciplina. En esa dependencia, dirigida por la española Mercedes Rodrigo, y encargada de administrar los exámenes de ingreso a la Universidad, se estableció el primer programa de formación profesional en psicología en Colombia. A partir de allí, según narran tales versiones, la psicología empezaría a expandirse por todo el país y diversificarse en modelos teórico-metodológicos y prácticas profesionales.

A registrar los hitos de esa expansión y las modalidades de esa diversificación es a lo que se ha dedicado en mayor medida la historiografía psicológica colombiana, omitiendo la exploración crítica de tales procesos, incluyendo de aquel que señala como originario, pues éste siempre es presentado como el resultado necesario y racional de los procesos de modernización social y educativa que promediando el siglo XX atravesaba el país. Para la muestra un solo botón:
“Las actividades de evaluación y selección de la Sección de Psicotecnia, inicialmente y poco después en el Instituto de Psicología Aplicada, fueron bien recibidas por la Universidad y apoyadas por los gobernantes de la época (…) De igual manera, otras Universidades del país estaban pidiendo que se emplearan esas técnicas para la selección de sus estudiantes. De otra parte, en el terreno político, el partido liberal que estaba en gobierno con el Doctor Eduardo Santos, propietario del diario El Tiempo, acogió a Doña Mercedes y su trabajo por sus ideas republicanas” (Hernández-Vargas, Valencia-Lara y Rodríguez-Valderrama, 2003).

Lo que se encuentra al examinar con criterio histórico, recurriendo a fuentes de archivo y empleando modelos de análisis sociocultural teóricamente fundados, es que, al contrario, las actividades de Mercedes Rodrigo en Colombia estuvieron siempre rodeadas por una intensa polémica, tanto interna a la Universidad, como de la opinión pública en general, pues la restricción al ingreso a la principal institución de educación superior en el país tocaba demasiados intereses de muy diversos sectores sociales, desde los bachilleres y sus padres hasta el propio Ministerio de Educación, que con esta medida se veía desplazado en sus funciones por la Universidad. No resultaba menos polémico el uso, para tan delicados propósitos, de un saber y unas técnicas cuya validez y eficacia jamás habían sido probadas en este contexto, como lo dejaría claro un integrante del Consejo Directivo de la Universidad, quien en una de las tantas discusiones a propósito, registrada el 13 de noviembre de 1939, afirmaba:
