Con motivo de los 30 años del deceso de Michel Foucault, el Blog de la Red Iberoamericana de Historiadores de la Psicología se ha propuesto publicar una serie de breves escritos. Los mismos serán realizados por destacados investigadores que reflexionan sobre la actualidad y vigencia de los aportes del filósofo francés. El primero de ésta serie es presentado por el Dr. Mauro Vallejo, los restantes irán siendo publicados en lo que resta del año.
Equipo Editorial.
Por Mauro Vallejo
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
El 25 de junio pasado se cumplieron treinta años del fallecimiento de Michel Foucault (1926-1984). Con su muerte la epidemia del SIDA se cobró una de sus víctimas más tempranas y reconocidas en el mundo intelectual. En muchas de las actividades que se han celebrado en honor de ese aniversario se ha omitido una reflexión sobre la trágica circunstancia de su muerte. Estas líneas no pretenden ofrecer esa reflexión adeudada. De todas maneras, nos parecía necesario señalar ese extraño olvido, sobre todo porque el pensador que es homenajeado de formas tan curiosas dedicó gran parte de su vida a pensar hasta qué punto los cuerpos son escenarios de luchas políticas, y en qué sentido el ejercicio de la sexualidad podía convertirse, en las sociedades de la segunda mitad del siglo XX, en el emplazamiento privilegiado para la construcción de nuevas luchas de poder.
El objetivo de este texto es pensar de modo algo esquemático la significación de su obra -cometo la herejía de referirme a su “obra” porque descreo de las ventajas de un tipo de lectura- para el ámbito de la historia de la psiquiatría o de la psicología. Dejo a otros la tarea de confeccionar un balance sobre los múltiples historiadores que se han servido de los libros, hipótesis o metodologías de Foucault a la hora de reconstruir el pasado de la medicina mental o la psicología de tal o cual contexto o período. Me deshago sin culpas de esa labor porque entiendo que es un trabajo mucho más complejo de lo que puede parecer. De hecho, no alcanza con señalar que el entusiasmo generado por una obra como Historia de la locura en la época clásica (1961) fue seguido, sobre todo en los años ’80, por una catarata de críticas y objeciones vertidas por grandes figuras de la historiografía de la psiquiatría. Todos y cada uno de los fundamentos o resultados de la tesis de 1961 fueron por aquel entonces sometidos a una revisión demoledora, que parecía condenar el libro al rincón de los viejos clásicos, ricos en sugerencias o retóricas, pero que, en tiempos de tesis doctorales con bibliografías actualizadas, ya nadie lee. No alcanza con repasar el itinerario de las relecturas de aquella obra porque no hace mucho el panorama se vio alterado por la edición de cursos como Los Anormales o El Poder Psiquiátrico. En esas clases dictadas a mediados de los ’70, Foucault, a través de un gesto que nos recuerda su exquisita ironía de la “Introducción” de La arqueología del saber (“¿Se imaginan ustedes que me tomaría tanto trabajo…, etc.?”), dejaba en claro que mucho antes de que sus enfurecidos detractores mostraran como trofeos de guerra las limitaciones de Historia de la locura, él ya había reconocido los puntos ciegos de su anterior abordaje. Más aún, en esas mismas lecciones en el Collège de France, Foucault hacía uso de herramientas de investigación que sus ulteriores enemigos propondrían luego como los caminos de renovación de la disciplina.
No hubo que esperar demasiado para que algunos estudiosos propusieran que los cursos recién editados posibilitaban una nueva lectura del libro de 1961, y entonces hubo que concluir que el balance que para fines de los ’80 parecía definitivo, debía más bien ser re-elaborado…
Pero tal y como adelanté más arriba, no quiero ocuparme en esta oportunidad de la suerte que le tocó sufrir al pensamiento de Foucault entre los historiadores psi. Me detendré en cambio en una dimensión diferente. Hace algunas semanas, en el contexto de una de las celebraciones efectuadas en Buenos Aires a propósito del deceso del filósofo francés, Hugo Vezzetti recordaba las palabras con que el propio Foucault describía a los destinatarios de sus textos: él escribía para usuarios, y no para lectores (“Je n’écris pas pour un public, j’écris pour des utilisateurs, non pas pour des lecteurs”). Me parece que esas líneas pueden servirnos como marco para un par de consideraciones. Mi diagnóstico es que los textos de Foucault, al menos en lo que concierne a la historia psi producida en Latinoamérica, han encontrado sobre todo lectores y no usuarios. En la mayoría de los trabajos en los que el nombre de Foucault aparece con mayor o menor insistencia, uno reconoce lecturas más o menos prolijas de Foucault, pero muy rara vez estamos frente a los verdaderos usos anhelados por el autor. No es necesario que aclare que los comentarios o las exégesis de las páginas de Foucault constituyen una faena que en la disciplina que nos ocupa puede rendir sus frutos. Lo que sí debo subrayar es que -y he allí la hipótesis que quisiera compartir con estas líneas- la utilización de tal o cual “metodología”, herramienta conceptual o hipótesis de Foucault en el marco de una investigación sobre historia de la psiquiatría, no devela en sí misma la presencia de un “usuario”. La demarcación entre el lector y el usuario no pasa por la discriminación entre el comentarista literal y aquel que se reapropia creativamente de una forma de abordar el pasado o de indagar el archivo.
¿Dónde habría que buscar entonces la división entre esos dos personajes? Para responder a ese interrogante, es menester considerar un aspecto muy específico del itinerario intelectual de Foucault. La reflexión de Foucault sobre el pasado de la psiquiatría -y lo mismo podría decirse sobre sus indagaciones sobre la historia del sistema penal- fue una tarea con fundamento y cometido políticos. El fundamento político puede ser resumido en la proposición sobre la que descansa toda su reflexión sobre la locura: el loco como personaje de la modernidad es esencialmente un cuerpo atrapado en mecanismos precisos de poder. El gran invento de la modernidad consistió en hacer de la locura una enfermedad mental sui generis. Esa medicalización -siempre fallida a nivel de su explicación teórica, mas siempre exitosa en su afán social y táctico- debe ser analizada antes que nada en términos de estrategia política. En lo que respecta al cometido político de la labor de Foucault sobre la locura, podemos enunciarlo mediante una pregunta que podrá parecer meramente retórica: ¿qué relación cabe establecer entre el interés de Foucault por la historia de la psiquiatría y su acercamiento a la militancia de los antipsiquiatras? ¿Fue una relación contingente y accesoria? La respuesta negativa es la única cierta. Desde mi punto de vista, las múltiples entrevistas y declaraciones en que Foucault se refiere a la locura y a los asilos como un problema político acuciante componen una suerte de discurso paralelo sin el cual sus libros y cursos perderían su verdadera significación. Aquellas intervenciones no pueden ser reducidas a compromisos irreflexivos o privados de un intelectual que sabía repartir su tiempo entre las bibliotecas y la calle. Ellas, por el contrario, no hacen más que traducir en el lenguaje de la lucha inmediata una lectura política de la locura que tiñe toda su reflexión en la materia.

Volviendo a la partición entre las dos apropiaciones posibles de los textos de Foucault, entiendo que aquello que diferencia al lector del usuario reside única y exclusivamente en el lugar que en esa operación de recuperación del legado del filósofo se preste a la ponderación del problema del poder. El lector será aquel que, independientemente de si los trabajos de Foucault le sirven como fuente de metodologías de abordaje sobre el saber o como cantera de hipótesis teóricas, desconozca o desmerezca la naturaleza política de la locura -o del accionar del médico que se ocupa de ella-. El usuario será, por el contrario, aquel que haga suya una tarea política que, en el tiempo transcurrido desde el fallecimiento de Foucualt, se ha vuelto más acuciante aún. No se trata de sostener que la agenda política sobre la locura sea la misma hoy que en tiempos de Foucault. Sobre todo porque la psiquiatría de hoy en día no es la misma que en 1960. En aquel entonces el problema del encierro aglutinaba en sí mismo los grandes resortes de las maniobras de poder ejecutadas sobre el loco desde comienzos del siglo XIX. Desde esos años hasta ahora, la irrupción de los medicamentos ha alterado de manera sustancial la táctica de poder implementada por la disciplina psiquiátrica -disciplina que hoy, al igual que hace medio siglo, intenta vanamente parecerse a saber médico-. El manicomio como paradigma de reclusión sigue siendo un punto importante de la agenda política. Tal vez la profusión de drogas no hace más que indicar una alteración de superficie de una estrategia que no se ha alterado desde el nacimiento de los asilos: la voluntad de pensar a la locura como un problema médico. La sobre-medicalización del loco ha corrido desde entonces paralela a la invitación a olvidar o recubrir que el cuerpo del loco siempre siguió siendo un punto estratégico de múltiples maniobras de poder. En conclusión, la acción de sopesar la significación que la obra de Foucault tuvo hasta ahora para el desenvolvimiento de la historiografía psi, debería medirse con una única vara: hasta qué punto es recordado y actualizado el gesto de Foucault de haber hecho de la locura un asunto político.