Con motivo de la aparición del nuevo libro de Mauro Vallejo, El primer discípulo de Freud que hizo todo bien (y fracasó en el intento) (Ed. Arrebol, Buenos Aires, 2023), compartimos con el público este intercambio de preguntas y respuestas entre el autor y la psicoanalista mexicana Sandra Languré en la que se internan en esa primera experiencia didáctica del psicoanálisis que ocurre en el momento mismo de la gestación de varias de las ideas nucleares de este, por lo que el acercamiento a la relación entre Freud y su primer -y olvidado- discípulo es un medio para comprender los convulsos momentos en que las ideas que hoy conocemos como psicoanálisis tomaron forma.

Sandra Languré (SL): Tengamos en cuenta que el asunto central del libro es la relación maestro-discípulo entre Sigmund Freud y Felix Gattel; no obstante, dicha ligazón se encontró en medio de circunstancias muy específicas. Comencemos un poco por delinear la época y los debates en torno a las neurosis en el campo médico al que Freud era cercano. Por ejemplo, uno de los principales tópicos que encuentro al leer varios de tus trabajos es aquel en torno a la discusión sobre la teoría heredo-degenerativa, ¿tener en consideración este paradigma desde el que se explicaban las neurosis guardaría alguna importancia para lo que trabajas en tu publicación sobre Gattel?
Mauro Vallejo (MV): Es efectivamente así. Felix Gattel llega a la vida de Freud en el instante en que este último refuerza su intento por desembarazarse del credo hereditarista con que el que había comulgado hasta hacía poco. Para decirlo en términos un tanto esquemáticos: hacia 1892 comienza el lento ensayo de Freud -plagado de idas y venidas, incluso de traspiés contradictorios- de cuestionar, rebatir o impugnar esa certeza según la cual el origen fundamental de las enfermedades nerviosas debía ser buscado en la sangre (es decir, en la herencia). Freud era un alumno entusiasta de Charcot, y no le fue sencillo echar por la borda esa creencia muy arraigada en la medicina mental y en la neuropatología de fines de siglo. Entre 1892 y 1895 Freud, siempre con el auxilio esencial de Breuer, demostró el origen adquirido de los síntomas; para ese cometido reutilizó y retradujo el lenguaje que había aprendido de Charcot, ligado al trauma y el poder de las representaciones no conscientes. De todas formas, cuanto más firmemente reconocía el proceso defensivo que había originado los síntomas, más evidente se le hacía que la causa de la enfermedad era un misterio. Y cada vez que tenía que enfrentarse con ese misterio incómodo, no le quedaba otro recurso más que apelar nuevamente, ya regañadientes, a la herencia. Entre 1895 y 1896 se atrevió a ir un poco más allá, y en dos frentes distintos pudo postular una etiología adquirida de las patologías (y no meramente de sus síntomas). Por un lado, para lo que pronto llamaría las neurosis actuales (neurastenia y neurosis de angustia) ideó una explicación causal que casi prescindía del factor hereditario. Por otro lado, a partir de octubre de 1895, y con mucha más fuerza desde inicios de 1896, la así llamada “teoría de la seducción” fue su modo de extender esa gesta anti-hereditarista (o esa decisión de fundar etiológicamente las afecciones), incorporando a la histeria, la neurosis obsesiva y cuadros similares. Uno podría preguntarse si lo que estaba en juego era un sutil reemplazo más que una mutación; desde cierto punto de vista, la seducción (y luego el Edipo) implicaba una re-familiarización de la enfermedad, ya no a través de la sangre sino del trauma y el deseo…
Pues bien, en pleno proceso de fortalecimiento de esas nuevas conjeturas, se topa con Felix Gattel, un joven médico nacido en Estados Unidos, que había hecho su carrera en Wurzburgo, y que vivía en Berlín. Gattel se dirigió a Viena hacia abril de 1897 con el expreso cometido de estudiar las teorías de Freud; comenzó a asistir a las clases que daba en la universidad, y le manifestó su deseo de convertirse en su discípulo. Gattel aparece en el momento en que Freud estaba decidido a redactar un tratado global y clínico sobre las neurosis, y él sabía muy bien que uno de los núcleos más innovadores de su propuesta residía en el postulado de una causa no-hereditaria de los malestares. Freud no solamente aceptó tomar a Gattel como alumno, sino que de inmediato le asignó una tarea. Le indicó a Gattel que efectuara una pequeña investigación, cuyos datos y conclusiones él precisaba para completar aquel tratado. La monografía de Gattel de 1898 es el resultado de esa consigna.
SL: Al interior de toda una serie de posiciones con respecto al tratamiento de las neurosis, el propio Freud llevó a cabo una línea de trabajo que suscitó controversia en su círculo más cercano. Este factor se halla presente en los años en los que se produce el encuentro con Gattel. Para decirlo de otro modo, este nuevo personaje entra en escena durante un momento específico de Freud. Comentemos brevemente lo que sucede en aquella coyuntura hacia los años 1897-1898 y que en tu nuevo libro vuelves a traer como la “caída de la teoría de la seducción” y en el que sobrevienen “las promesas de la incipiente teoría freudiana”, ahora a la luz de lo que ocurre con Gattel como discípulo.
MV: En efecto, el estudio de esa relación maestro-alumno, sobre todo a la luz del contenido de la monografía de 1898, echa nueva luz sobre ese momento de clivaje en el itinerario freudiano. Gattel no fue una anécdota pasajera en lo que yo considero el período más fundamental de la historia del psicoanálisis. Gattel fue un partícipe privilegiado de las mutaciones y transformaciones que en muy poco tiempo se producen tanto en la esfera de la teoría como del accionar clínico; más aún, fue mucho más que partícipe de esos cambios, fue un catalizador o un artífice de muchos de ellos. Y es probable que Freud nunca haya tomado conciencia de ello.
La teoría de la seducción (sumada a la conjetura sobre las neurosis actuales) fue la primera apuesta ambiciosa de un autor que no era humilde con sus pretensiones. Al formular esa teoría, Freud creyó que estaba revolucionando la medicina, y no tenía dudas de que sus escritos de 1896 le labrarían un puesto de honor en la ciencia de su época. Quien haya leído las cartas a Fliess conoce las declaraciones exorbitantes realizadas por Freud en ese sentido. Pues bien, sabemos muy bien que esa teoría tuvo una acogida muy fría, por no decir negativa. Muy pocos acusaron recibo de ella, y las pocas reseñas publicadas no tuvieron nada que ver con las esperanzas quiméricas de Freud. Dejando de lado a Fliess -quien en verdad suponía que los conceptos de 1896 no eran otra cosa que los preparativos provisorios de una teoría más depurada, que sabría incluir sus cavilaciones sobre los períodos y las sustancias sexuales-, Gattel fue el único médico en no dar la espalda al retoño más preciado de Freud. Fue el primer doctor en adentrarse en esos conceptos, y dejar que ellos comandaran su trabajo clínico. Y fue allí donde sobrevino lo más importante. Convencido de la verdad de las afirmaciones de Freud -referidas, por ejemplo, a la existencia necesaria de un recuerdo de violación sexual en los casos de neurosis-, Gattel comenzó a entrevistar pacientes de la clínica psiquiátrica dirigida por Krafft-Ebing. Y lo que encontró no coincidía con lo que Freud venía registrando en su consultorio desde hacía un año y medio. Estoy simplificando un poco las cosas, y a lo que quiero llegar es a lo siguiente. Cuando Freud supo que los pacientes histéricos entrevistados por Gattel daban respuestas que no validaban la teoría de la seducción -es decir, no recordaban haber sido víctimas de atentados sexuales-, cobró para él nueva fuerza la crítica que muchos colegas le habían hecho de manera reciente: esto es, que el encontraba lo que buscaba, que su método exploratorio “instilaba” o “inducía” recuerdos traumáticos. Es decir, la emergencia de la relación Freud-Gattel coincide con el instante en que Freud, sin decir “agua va”, introduce el cambio más sustancial en su método clínico; nos referimos al momento en que Freud deja de formular preguntas directas e insistentes sobre recuerdos puntuales, y se contenta con dejar hablar. Gattel fue el protagonista acallado de ese deslizamiento -y su olvidada venganza fue tal vez haber formulado por vez primera la regla fundamental.

SL: Y si bien, de alguna forma ya hemos entrado en materia con lo anterior, precisemos algo más sobre este primer discípulo: ¿Quién podría decirse que fue Felix Gattel?
MV: No es una pregunta sencilla, porque a decir verdad no sabemos nada demasiado concreto sobre él. Michael Schröter y Ludger Hermanns escribieron en 1990 y 1994 dos trabajos muy completos a propósito de Gattel. Ellos lograron reunir casi todos los datos certeros de la biografía un tanto deslucida de aquel médico. Gattel nació en el seno de una familia judía en diciembre de 1870 en San Francisco; al igual que algunos de sus parientes, se inclinó por la medicina, y entre 1889 y 1893 completó sus estudios en Alemania, en Wurzburgo. Decidió especializarse en neurología, sobre todo en cuestiones anatómicas. Se instaló en Berlín, y trabajó en un par de clínicas de enfermedades mentales y nerviosas. Más allá de la monografía en la que estampó los resultados de la investigación que llevó a cabo en Viena bajo la dirección y la supervisión de Freud -entre abril y septiembre de 1897-, Gattel publicó poco y nada; algunas reseñas, uno que otro artículo y no mucho más. Y falleció de manera temprana, en 1904. No tuvo hijos, y nadie tuvo el cuidado de guardar sus papeles o sus cartas. Nadie volvió a hablar de él, hasta que algunos biógrafos de Freud e historiadores del psicoanálisis se interesaron por su pasajera relación con la disciplina del inconsciente. Frank Sulloway, a fines de los 70, fue el primero en sopesar con más detenimiento la participación de Gattel en el itinerario de Freud. Dejando de lado a Sulloway o a Schröter y Hermanns, muy pocos leyeron seriamente la monografía publicada por el alumno en 1898; y si no me equivoco, esta última nunca fue reimpresa o reeditada, ni siquiera en alemán.
No sabemos mucho más sobre Gattel por una razón que no deja de ser incómoda. Freud no solamente decidió no conservar su intercambio epistolar con su alumno -una serie de evidencias disponibles en las cartas a Fliess no deja dudas de que maestro y discípulo se escribieron cartas, sobre todo luego de que el más joven retornara a Berlín- sino que tomó la resolución de elidir la participación de Gattel en su historia. Jamás mencionó su nombre en algún escrito, ni siquiera en aquellas páginas en que se solazó recordando sus años de soledad y ostracismo.
SL: El propio Freud habla de Gattel como su discípulo al interior de su correspondencia personal con su amigo Wilhelm Fliess. Demos paso a la cuestión del título de tu libro: ¿De qué clase de discípulo estaríamos hablando?, y ¿de qué va que se trate de un discípulo “que hiciera todo bien pero fracasara en el intento”?
MV: Si combinamos, por un lado, las menciones que Freud hace de Gattel en sus cartas a Fliess, y por otro, el modo en que el alumno se refiere a los escritos de su maestro en 1898, no caben dudas de que Gattel fue un discípulo con todas las letras, y con todos los excesos consabidos: creía a pie juntillas todo lo que decía su maestro, y dio fe de una voluntad muy firme de estudiar con esmero las producciones de su mentor. Mientras pudo, pasó mucho tiempo al lado de Freud, asistiendo a sus clases, dando caminatas con él, hablándole de su propia vida, y siguiendo religiosamente sus consejos e indicaciones sobre qué leer y qué no leer.
De acuerdo con el testimonio del propio Freud -quien en los meses iniciales se mostró muy feliz con la compañía de su primer alumno-, Gattel era un seguidor aplicado: estudiaba mucho, aprendía rápido y trabajaba sin descanso.
Existió probablemente una suerte de malentendido entre ambos. Gattel tenía también sus ambiciones y expectativas, y era difícil que se conformara con la tarea agobiante que le encargó Freud: entrevistar a 100 pacientes que presentaran síntomas de neurosis actual, indagando sus hábitos sexuales, sus antecedentes mórbidos y cosas por el estilo. Gattel no se privó de entrevistar casos de histeria, y a la hora de redactar la monografía final, no se contuvo demasiado. Hubo un primer borrador de la monografía, extenso, plagado de teoría, que Gattel envió a Freud, y que éste rechazó en los términos más duros. Ese borrador nunca fue publicado, y podemos darlo por perdido. El médico de Berlín no se dio por vencido, y escribió un trabajo más breve, más apegado a la consigna dada por Freud, que fue de cierta forma aprobado por el maestro, y se imprimió en mayo de 1898.
Yendo a tu pregunta, elegí jugar con la paradoja esa de “hizo todo bien” y “fracasó en el intento”, con el designio de ilustrar la encerrona en que, a mi modo de ver, quedó sepultada esa relación didáctica. Gattel hizo todo cuanto Freud le exigió; se dejó seducir por las afirmaciones del maestro, se convenció de que ellas permitían descifrar todos los secretos de la neuropatología; y, lo más importante, hizo esas 100 entrevistas que Freud le encargó, tomando apuntes minuciosos. El problema mayor no fue que hiciera algunas cosas más. Si se salió un poco del libreto dictado por Freud, y se atrevió a estudiar un poco la histeria y a elucubrar sobre su naturaleza, ello no pudo tomar por sorpresa a Freud. El punto esencial del malentendido, o el motivo principal del desencuentro, reside en una especie de doble desacople. Gattel fue hasta el final con su consigna; respetó el guion que Freud preparó para él, sin percibir que a mitad de camino la encomienda había perdido sentido. Entre el momento de la asignación de la consigna, y el final de la tarea del alumno, todo había cambiado, y ninguno de los partícipes supo calibrar qué parte de responsabilidad le tocaba a cada quien. Gattel quiso colaborar, mediante evidencias y entrevistas, con un psicoanálisis que ya no existía. El psicoanálisis al que él se había sumado era una cosmovisión que pretendía explicarlo todo. Gattel se había asumido como alumno de un teórico que quería comprenderlo todo, sin restos. Freud no supo medir hasta qué punto la aparición de ese alumno le había ayudado -o lo había obligado- a dejar atrás esa clarividencia desmedida. En el entrecruce de todos esos cortocircuitos, la primera relación didáctica del psicoanálisis se disolvió a fuerza de reproches, acusaciones y gestos de ingratitud.
SL: Por otro lado, no sólo resulta interesante que Felix Gattel se pueda considerar como el primer discípulo de Freud, dada toda la serie de narrativas que encontramos alrededor del asunto de los llamados discípulos freudianos; sino que también llama la atención situar su relación como “didáctica”. ¿En qué consistiría la didáctica del psicoanálisis en este momento de su elaboración, apenas nombrado así en 1896? Es bastante interesante, a partir del documento de Gattel, discernir algunas coordenadas del cómo se concebía un análisis para la época.
MV: Tenemos allí varias cuestiones a desentrañar. No es fácil establecer cómo trabajaba Freud durante esos años. Luego de la publicación de los Estudios sobre la histeria, no dio muchas pistas sobre las cosas que hacía en su consultorio. En los tres escritos de 1896 ofrece muy pocos testimonios a ese respecto. Son páginas más bien teóricas, con pocas ilustraciones clínicas. A ello hay que sumar un elemento al que yo intento dar la significación que se merece: inmediatamente después de la caída de la seducción -la palabra caída en realidad no es muy atinada, esa teoría no se cae sola, más bien es abandonada y transformada al mismo tiempo-, Freud dejó de hacer lo que venía haciendo de manera sistemática hasta ese entonces; esto es, dejó de hablar de patología, dejó de hablar de pacientes y de clínica. Habrá que esperar varios años para que se atreva a retornar a esos territorios. Si el primer psicoanálisis nace con un lenguaje omnicomprensivo (soberbio, abarcativo, colonizador de todo lo que tenía a su alcance) sobre lo patológico, el segundo, aquel que germina durante la relación didáctica entre Freud y Gattel, tiene rasgos muy distintos. Abandona el terreno de lo patológico, o al menos no elige esa comarca como su asiento natural, y opta más bien por cernir lo mórbido mediante un rodeo complicado (que pasa por el sueño, los chistes y los fallidos, es decir, por los productos del inconsciente).
Pero volvamos a la incógnita referida a lo que Freud hace realmente con sus pacientes dentro del consultorio inmediatamente después de Estudios sobre la histeria, es decir, en un momento en que él ya define su método como psicoanálisis. En las cartas a Fliess hay algunas pistas valiosas. Y ellas indican que utilizaba procedimientos que poco tienen que ver con la asociación libre, y mucho con el interrogatorio clínico.
Si examinamos qué hizo Gattel con los pacientes, vemos que repitió lo que había aprendido de Freud. Estamos hablando de una repetición de parte de un médico que no era para nada torpe. Me refiero sobre todo a las páginas en que Gattel transcribe las sesiones del análisis de su paciente histérica. No tienen nada que envidiar al historial de Dora.
Estamos, empero, muy lejos de la implementación de mecanismos formales para la formación de analistas. Gattel fue el primer experimento de introducir a un colega en los arcanos del psicoanálisis. El resultado no fue malo, al menos medido en términos de lo que Gattel logró aprender. En apenas unos pocos meses el alumno aprendió a dejar hablar al enfermo, a atender a los sueños y un par de cosas más. ¿Fue el único en ser introducido en la nueva ciencia de esa forma? Sí y no. Fue el primero en ser inducido a practicar el análisis sin haber pasado por el diván de Freud. En efecto, inmediatamente después Freud trataría de convertir a algunos pacientes (pienso en Emma Eckstein o Gomperz) en practicantes del nuevo procedimiento. En todos los casos -incluyendo quizá a Gattel- se trató de un proyecto fracasado. Con Gattel -el único con título médico, pues los otros “primeros alumnos”, Eckstein, Gomperz o Swoboda no pasaron por las aulas de medicina- creyó que bastaba con enseñar la técnica y la teoría (mediante textos, lecciones orales, charlas y caminatas). Con los otros pioneros el adoctrinamiento debía venir después del tratamiento individual. De todas formas, Emma fue la única en aceptar el convite, por un corto tiempo.
Casi al mismo tiempo llegaron los primeros médicos (Sadger, Stekel, Kahane, Reitler, Adler). Si no recuerdo mal, Stekel fue el único que pasó brevemente por el consultorio de Freud. Los demás se volvieron discípulos siguiendo exigencias un tanto laxas: eran camaradas de Freud, que aceptaron estudiar sus doctrinas y volcar en su práctica las exigencias técnicas planteadas por el maestro. No está de más agregar que todos ellos abandonaron el barco…
No quiero extenderme mucho sobre ello, pero el caso de Gattel muestra una temprana vía ensayada por Freud para sumar integrantes a su procedimiento psicoanalítico. Podríamos ubicarlo como punto cero de una línea muy escarpada, con varios sobresaltos y cortes. Poco después ensayó otros ritos de iniciación (por ejemplo, el pedido de analizar los propios sueños tuvo su momento de gloria a comienzos de siglo XX), y habrá que esperar un par de décadas para que el movimiento adopte un mecanismo más formal y estandarizado para esa finalidad.
SL: ¿Cuáles serían las posibles razones, desde tu recorrido, sobre la escasa información acerca de Felix Gattel? Es cierto que diversas variables pueden entrar en juego a la hora de considerar el tema de que ciertos registros de archivo se hayan conservado o no, pero ¿tendría alguna relevancia la reacción que Freud tuvo para con su discípulo como para que su nombre sea tan poco mencionado en algunas narrativas? En ese sentido, es muy sugerente la lectura que realizas sobre Gattel, como siendo esta especie de reflejo chocante para Freud debido a que le provocó una suerte de vergüenza en calidad de maestro.
MV: Para todo ello no tengo sino conjeturas. No me gusta hablar de represiones o silenciamientos. Creo, como muy bien lo decís, que un factor fundamental fue la repulsa de Freud hacia ese primer discípulo. Al principio lo amó -al punto de compartir con él unas vacaciones por Italia- pero poco después lo rechazó en los términos más duros. Es probable que incluso le haya prohibido que dejara asentado en su monografía de 1898 algún indicio de su relación pasada. En efecto, si no tuviéramos las cartas a Fliess, jamás conoceríamos algunos puntos esenciales, respecto de los cuales el librito de Gattel guarda un misterioso silencio. En esas páginas Gattel -lo repito, creo que por indicación un tanto enfática del maestro rencoroso- jamás dice que había asistido a las clases de Freud, o que lo había frecuentado en su casa. Más aún, nunca confiesa que el tema de su monografía le había sido indicado por su mentor.
Sea como fuere, ese gesto de resentimiento de Freud -sumado a su determinación de jamás pronunciar el nombre de Gattel en alguno de sus escritos- no alcanza para explicar la expulsión de Gattel de la historia del psicoanálisis. Creo que hay que tomar en consideración dos cosas, que se convocan mutuamente entre sí. Primero, para la mirada psicoanalítica no resulta sencillo adoptar como propio el contenido de la monografía de Gattel -y no es un detalle menor tratándose de la historia, pues la historia del psicoanálisis sigue siendo una historia mayormente producida y consumida por actores que se ubican dentro o en las fronteras del movimiento freudiano-. El gesto más espontáneo es denunciar en esas páginas o bien una tergiversación de la doctrina de Freud, o bien un empleo apresurado y torpe de su técnica. Ahora bien, lo que yo intento mostrar es que esa denuncia no tiene asidero. Gattel fue un freudiano prolijo (un freudiano de 1897, que no es lo mismo que uno de 1899); mantuvo para con el saber la misma relación que su maestro de ese entonces: quiso explicarlo todo. Y operó en la clínica con el mismo tesón clarividente de su profesor. Cuando Freud, por razones que no puedo reponer en esta entrevista, se vio empujado a dejar de lado esa relación con el saber y esa clarividencia -esto es, cuando refundó el psicoanálisis- dejó de ver en Gattel a un alumno “encantador”, comenzó a ver allí el doble extemporáneo del yo que acababa de abandonar. De inmediato no quiso saber nada más de él.
Lo que sucede -y allí se ubica el segundo elemento- es que, a mi modo de ver, estamos colocados en un momento escasamente comprendido de la historia del psicoanálisis. Entre 1895 y 1898 tienen lugar las transformaciones más determinantes de eso que conocemos como psicoanálisis. Y ellas han sido muy mal examinadas, y el indicador más sintomático de esa incomprensión es que la historiografía más tradicional no ha tenido otro recurso que interpretar esos acontecimientos como una sumatoria de caprichos, rasgos neuróticos o deslices del artífice de la doctrina: su entusiasmo por las doctrinas organológicas de Fliess, el empeño por fundar una psicología para neurólogos, o la invención de la teoría de la seducción. Cierta historiografía no sabe bien qué hacer con esos hitos fundamentales de esos años, y la artimaña más facilitada ha sido afirmar que fueron pequeñas cegueras en el camino hacia la verdad -una forma elegante de renunciar a explicar nada-. Otro tanto ha sucedido con Gattel.

