Hoy, 29 de junio, se celebra el Día del Orgullo LGBTI, ocasión que aprovechamos para invitar a nuestra colega colombiana Paola Moreno a proponernos una necesaria reflexión sobre el papel histórico de la psicología en la lucha por la reivindicación de los derechos de esta comunidad.
Por Paola Moreno, Universidad Nacional de Colombia
Cuando leo o escucho sobre el orgullo de la comunidad LGBTI pienso sobre todo en un acto imaginativo mediante el cual asumimos la existencia de un colectivo de personas que, de alguna manera, deben compartir ese sentimiento de orgullo por alguna razón. ¿Pero qué es lo que nos lleva a asumir esa idea? ¿quiénes y cómo han definido a esa comunidad? Situar estas inquietudes en perspectiva histórica permite notar que lo que está en juego en la categoría LGBTI son unas particulares versiones de las identidades sexuales y de género que nos llevan a imaginar ciertos modos de sexualidad como posibles y otros como imposibles o indeseables. En la configuración de esas formas de contar, narrar y permitirnos imaginar la sexualidad participan conocimientos y activismos que gravitan alrededor de la psicología.
Me refiero a imaginación cuando quiero señalar que hay unas ciertas formas en que vemos experiencias y situaciones. Ya sea en relación con el pasado, el presente o el futuro, producimos diversas ideas que articulan las formas de ser y hacer que creemos adecuadas. Pero no considero esas ideas como algo individual o abstracto; la pregunta por la imaginación ha dado lugar a aproximaciones sobre fenómenos concretos como las naciones (Benedict Anderson), la modernidad (Charles Taylor) así como los hechos tecnocientíficos (George Marcus) y sociotécnicos (Sheila Jasanoff y Sang-Hyun Kim). De modo que mi invitación es a experimentar con las líneas de pensamiento que pueden aparecer al ubicar el conocimiento psicológico como productor de imaginarios sobre la sexualidad.
La sexualidad como espacio de esa imaginación psicológica tiene múltiples capítulos que no pretendo abarcar. Pues, ciertamente, la imaginación cambia según tiempo y lugar, lo que hace variables y diversas a las narraciones sobre lo que es la identidad sexual y de género. Más bien, encuentro útil centrarme en una parte de los relatos contados desde la psicología que nos llevan a ese orgullo LGBTI imaginado como algo que reúne lo que se ha dado en llamar diversidad sexual.
Medicina, psiquiatría y psicología han participado activamente en producir ideas sobre lo deseable, normal y patológico que nutren y producen imaginarios sobre la sexualidad. Desde las elaboraciones e interpretaciones de la Teoría Psicosexual de Freud hasta la clasificación en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) en sus primeras tres versiones, la homosexualidad ha sido objeto de conocimiento y definición como conducta desviada y anormal. Apresurarse a juzgar estas comprensiones como anticientíficas o carentes de validez negaría mucho de lo que justamente constituye el conocimiento científico y de lo que podemos entender si pensamos en los imaginarios.
Desde los estudios históricos y sociológicos de la ciencia se ha argumentado que la producción de conocimiento científico sucede tanto en el contexto de justificación (teorías, métodos y conceptos de las ciencias) como en el contexto de descubrimiento (factores sociales, políticos, económicos y culturales), los cuales no son independientes sino que se encuentran en continuo intercambio. Al respecto, los imaginarios permiten que nos ubiquemos en ambos contextos para reconocer que, por ejemplo, el concepto de lo que es patológico no solo está dado por el conocimiento disponible por la ciencia en un determinado momento, sino por los imaginarios incorporados a ese conocimiento sobre lo que puede y deben ser ciertos fenómenos según las ideas socioculturales de la época.
De manera que si la homosexualidad fue considerada patológica desde la psicología, esto no ocurrió con independencia de los factores socioculturales, vinculados con creencias religiosas y morales, que rodeaban a la homosexualidad. Esto es interesante, ya que cuando los imaginarios cambian a lo largo del tiempo es fácil caer en juicios sobre el tipo de ciencia o el tipo de sociedad del pasado desde la perspectiva, no de la objetividad ni del avance científico y democrático, sino a partir de los imaginarios del hoy. En ese sentido, no se puede afirmar llanamente que la homosexualidad nunca debió ser incluida en el DSM-I, II y III. Podemos cuestionar y sostener una mirada crítica, pero no desde afirmaciones que son más o menos consensuadas en la actualidad y que, ciertamente, no nos dejan comprender mucho del pasado ni del conocimiento en la actualidad.
Así pues, podemos recrear nuestras inquietudes en términos de las formas en que estaba constituida la sociedad del siglo XX y las fuentes de conocimiento psicológico que permitieron estigmatizar lo que ahora es una orientación sexual legal y no patológica, pero que no deja de ser juzgada moralmente, pues los imaginarios no son simplemente reemplazados por otros, sino que se mantienen, se combinan y se transforman. Además, el pensar en lo pasado desde una perspectiva histórica, no lineal ni recurrente, permite plantear preguntas sobre los usos contemporáneos que hacemos de las categorías, los conceptos y las teorías en clave de los imaginarios que allí circulan y que son configurados por los factores sociales, que en ocasiones son considerados externos a la ciencia en general y particularmente a la psicología.
De esta manera, quizá no solo las críticas a otros tiempos se hagan más precisas, sino que lograremos entender el mundo contemporáneo de una forma más compleja para así darnos cuenta de que hay fenómenos por indagar desde los imaginarios que sostenemos en la actualidad. Por ejemplo, el hecho de que hayan existido las controvertidas terapias para la homosexualidad que todavía son ofrecidas por fuera de la comunidad científica. Otro caso puede ser la declaración en 2019 sobre la salida de la transexualidad de la clasificación en los Trastornos mentales y del comportamiento para pasar a las Condiciones relacionadas con la salud sexual en la décimo primera revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) que funcionará de manera electrónica y cuya aplicación se puede ver facilitada o evitada por la manera en que concebimos la transexualidad.
Por supuesto, los imaginarios sobre la categoría LGBTI no han sido producidos exclusivamente desde el conocimiento psi. Los movimientos sociales han jugado un papel en crear y movilizar imaginarios, muchas veces en resonancia y discusión con la comunidad científica. De hecho, el rótulo LGBTI funciona como categoría política para conseguir acceso a derechos que han sido exclusivos de los modos de vida heterosexual o para abrir espacios de reivindicación con el argumento de la estigmatización de todo un grupo social, aunque la categoría es bastante amplia y dentro de las diversas identidades que incluye no se pueden considerar intereses homogéneos o necesariamente compatibles.
Pese a las diferencias e incluso divergencias dentro del complejo que trata de reunirse bajo la categoría LGBTI hay aspectos que pueden resultar provocativos para el conocimiento psi. Algunas ideas relevantes son: la discusión de la metáfora biomédica y psicológica del cuerpo equivocado por parte de personas trans que desean habitar un intersticio entre lo femenino y lo masculino, el movimiento queer que aboga por una identidad sexual y de género tanto fluida como cambiante a lo largo del ciclo vital, y la aparición de la expresión cisgénero para referirse a la correspondencia entre sexo e identidad sexual en vez del término normal.
Frente a la emergencia de estos nuevos planteamientos, es relevante apuntalar nuestras preguntas hacia la forma en que todos estos movimientos interpelan la imaginación psicológica. ¿Cómo se incorporan estas categorías y realidades sobre la sexualidad? ¿de qué manera la visibilidad y la reivindicación de múltiples formas de sexualidad desafía el lenguaje sobre las patologías o el comportamiento anormal? ¿qué entradas hay en la psicología para esas discusiones? ¿Es suficiente el llamado enfoque diferencial y de género para dialogar con los movimientos sociales y densificar la imaginación psicológica?