Por Ana María Botero Bermúdez – Pontificia Universidad Javeriana
Cuando era aún estudiante de psicología, en 2014, tuve la oportunidad de participar en un proyecto dirigido por el profesor Hernán Camilo Pulido, que buscaba entender cómo se legitimó, se expandió y se consolidó la psicología en Colombia, para lo cual seguimos las pistas de un grupo de psicólogos y psicólogas grises. Es decir, colegas cuyos nombres no figuran en los libros de historia, que por lo general han pasado desapercibidas para la historia hegemónica, pero que con su práctica profesional cotidiana han contribuido en la expansión, ampliación y difusión del saber psicológico. Realizamos alrededor de 40 conversaciones, grabadas en formato audiovisual, con los primeros egresados de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana (graduados entre 1967 y 1977, periodo de consolidación de la psicología profesional en Colombia), quienes muy generosamente compartieron con nosotros las experiencias, anécdotas y desafíos de su práctica profesional cotidiana.
Hoy, cuando se celebra el Día de la Psicología Colombiana, es particularmente interesante traer a colación algunas de las experiencias de las psicólogas grises, teniendo en cuenta que en Colombia y en el mundo la gran mayoría de profesionales en psicología son mujeres. Una mayoría que, al menos en Colombia, fue femenina desde los albores de la profesión, a pesar de lo cual, solo hasta hoy nos detenemos a pensar en las intersecciones entre el género y la consolidación y desarrollo de la psicología en nuestro contexto[1].
La idea no es dar a estos relatos la calidad de hitos fundacionales, o construir la figura de pioneras y fundadoras mediante su recuperación. La idea es sentar las bases para pensar nuestra profesión de otra manera, teniendo en cuenta los lugares que desde una visión tradicional se juzgan como irrelevantes y por tanto son omitidos cuando se trata de reflexionar sobre la profesión, pero que son lugares desde los que podemos descubrir bastante de lo que fue la psicología y sigue siendo hoy. Algunos de los relatos de nuestras entrevistadas nos hablan de una búsqueda por dar a la psicología un lugar diferente al de una profesión subalterna. Nos cuentan acerca de las resistencias para ser aceptadas y legitimadas como profesionales en contextos educativos y clínicos, resistencias que lastimosamente no parecen haber quedado en el pasado.
Pero también encontramos relatos de ascenso para la profesión. Por ejemplo, algunas nos cuentan cómo lograron crear espacios para la psicología organizacional, al inaugurar procesos como la selección de personal o la capacitación. También nos cuentan sobre las tensiones con los psiquiatras; de los viajes al extranjero para traer nuevos conocimientos; de la aparición de centros de asesoría liderados por ellas; del uso de la psicología en la investigación de mercados; de la interrelación de la psicología con la danza o con prácticas como el yoga y de sus experiencias como profesoras en distintas carreras.
Desde esta perspectiva de género para la comprensión de la psicología desde su práctica cotidiana, quiero traer a colación la experiencia narrada por Mariela Gómez, otra psicóloga gris egresada de la Javeriana, quien era, además, mi tía abuela.
Cuando una persona muere nos percatamos de la cantidad de preguntas que no le hicimos en vida, preguntas que son resueltas o imaginadas por las voces de quienes la conocieron. Acá reflexionaré sobre el relato que se construyó en la entrevista del 2014, en interrelación con las voces familiares que me han permitido comprender mejor su experiencia.
Mariela Gómez: la historia de otra psicóloga gris
Mi tía abuela fue, en algún momento de su vida, simultáneamente, profesora, psicóloga y monja. Ser religiosa no era algo raro en su familia, de hecho, también su hermana tomó los hábitos. Ambas vivieron sus años de infancia como estudiantes internas en un colegio católico, tras lo cual se ordenaron como religiosas franciscanas. Después, igual que otras muchas mujeres, se retiraron del convento.
Justo en esa época, entre las décadas de los 60 y los 70, cuando la psicología se profesionalizó en el país, algunas comunidades abrieron la posibilidad de que sus religiosas se formaran en la Universidad. Se trataba entonces de una época de grandes transformaciones para la mujer, cuyo rol social dejó de reducirse al de madre o monja, para ser también profesional. Aunque claro, las religiosas tenían que estudiar algo que también estuviera relacionado con el servicio que debían ofrecer a la comunidad. Por eso Mariela estudió psicología, y, dicen en mi familia, que entre las muchas razones por las cuales se retiró de la comunidad religiosa -más no de su fe católica, vocación que la acompañó toda la vida– estuvo el hecho de que había estudiado una carrera que las propias religiosas no veían como el instrumento tradicional para atender a las alumnas de sus colegios o a la comunidad en general. Cuando volvió a ser laica, se abrió camino en la psicología organizacional. Fue jefe de personal del Instituto de Mercadeo Agropecuario, asesoró a la Plaza Central de Abastos de Bogotá y también trabajó con una corporación financiera.
El cambio de rumbo es interesante. Es como si la visión de la carrera antes de estudiarla fuera una, centrada en el cuidado y el servicio de acuerdo con la visión de la comunidad religiosas, pero al culminarla se abrieran nuevas posibilidades de acción completamente alejadas de aquel plan original e incluso de su vocación de entonces: No parece posible que la contrataran como psicóloga en entidades públicas, si además de mujer fuera monja.
Aún así, fueron los saberes que aprendió en su vida como novicia (que reforzó junto a su hermana Carmenza) aquellos mismos que le permitieron abrirse campo en la academia, incluso siendo estudiante. Lo que más me llamó la atención al entrevistarla fue que, al igual que muchas otras psicólogas, Mariela logró fácilmente convertirse en profesora universitaria desde antes de culminar la carrera, e incluso impartir clases en programas distintos al de psicología. Como ella, otras psicólogas empezaron a dictar materias básicas en carreras como Educación o Enfermería, que empezaron a incorporar la piscología en su pénsum, pero lo curioso es que Mariela dictó clase (de estadística) en una carrera marcadamente masculina y más cercana al razonamiento matemático: la ingeniería. Voy a cederle la palabra a partir de la grabación de su entrevista para que ella misma nos relate la experiencia de ese encuentro:
“Estos ingenieros pensaron… ‘nos mandan una Psicóloga, mujer, a darnos clase de Estadística, ¡no!, esto qué es‘ […] A uno la Psicología le sirve muchísimo, porque ponerse uno a pelear con un alumno… ‘un momentico, yo soy Psicóloga y los Psicólogos…‘, ¡no tiene sentido!, sino es ir mostrándole a la persona sin que se dé cuenta del mensaje que uno le está mandando…” (Pulido-Martínez, Carvajal Marín, Miranda, 2018).
En la anterior narración se evidencia por un lado las dificultades en cuanto a la aceptación de su género y profesión en el espacio de clase, y se construye a su vez un relato en donde la psicología se instaura como saber incluso en prácticas que a simple vista poco tendrían que ver con ella. Ante todo, se trata de una práctica “cotidiana y discreta”.
En otra parte de la entrevista, se hace evidente además otra narrativa sobre la racionalidad instaurada desde la cotidianidad: el hecho de que la psicología constituye un saber legítimo y veraz, a pesar de que no siempre se le escuche. Mariela habla de las primeras experiencias en selección de personal y de cómo la psicóloga profesional puede prever situaciones, aunque por lo general no se haga lo que ella recomienda.
“Yo dije: ‘es una persona…pensé para mí…que no tiene una capacidad intelectual suficiente para tomar decisiones, porque un vigilante tiene que tomar decisiones en un momento dado, y además es muy agresivo‘, entonces, yo más o menos lo puse en el informe […]resulta que el Jefe de Personal, a pesar de que yo había dicho que no podía entrar por esto y por esto, lo enganchó por ser Presidente del Sindicato, y resulta que hubo allá un mitin, el Jefe de Seguridad era un Coronel retirado, ya una persona mayor, y en el mitin hubo pues desorden, él se le botó al Coronel y lo cogió del cuello, le tuvieron que dar respiración artificial, llamar ambulancia…bueno, todo mejor dicho fue una tragedia en Corabastos. Cosa que a uno en medio de todo le satisface, que uno ha dicho: ‘ojo, porque puede presentarse esta situación‘, y se presentó” (Pulido-Martínez, Carvajal Marín, Miranda, 2018).
El lugar de las mujeres a lo largo de la historia de la psicología ha sido fundamental, precisamente por ese lugar pasivo, callado, discreto, que se les atribuye a ellas y mediante el cual se logran instaurar ciertas racionalidades psicológicas de forma mucho más profunda que cuando estas se imponen desde un lugar validado como el de los hombres. Un relato sobre la forma en que los acontecimientos “pudieron haberse evitado” gracias a los dictámenes de una egresada en psicología, revela ese doble movimiento entre la aceptación profunda del saber y el escaso prestigio social de la profesión.
No somos conscientes de la manera en que los saberes de la psicología se instauran en nuestros discursos y prácticas, y de sus posibles consecuencias. Se trata de la instauración de racionalidades de gobierno, pero también de racionalidades imbricadas con otras prácticas personales, fundamentadas en espiritualidades, necesidades o vivencias particulares; en pasiones o gustos de otra índole, por lo que no pueden entenderse como monolíticas. En ese sentido, las psicólogas no son un mero instrumento para difundir la racionalidad psicológica.
Sin embargo, pienso que un supuesto carácter de universalidad e infalibilidad de la psicología es reproducido de formas que no son siempre visibles. No es fortuito que esta invisibilidad se relacione con el lugar del género para abrir espacios en la profesión, no siempre muy valorados socialmente, pero sí relevantes en lo que constituye la forma de pensarnos a nosotros mismos y la manera de dirigir nuestra propia conducta y la de los demás.

Referencias
Pulido-Martínez, H.C.; Carvajal Marín, L.M. & Miranda, A.N. (2018). Los psicólogos “re-crean” su experiencia. Constitución de un archivo de historias orales de la práctica psicológica en Bogotá. Archivo Audiovisual. Bogotá, Colombia: Universidad Javeriana.
[1] Uno de los trabajos académicos que han explorado este fenómeno son la tesis de maestría de Laura Vanessa Robles Sáenz (2019) “La formación de la mujer psicóloga en Colombia: durante el período de 1940 y 1960”; otros trabajos son semblanzas de mujeres consideradas pioneras en la historia de la psicología en Colombia como Mercedes Rodrigo, Esther Wasserman de Zachman y Julia Roncancio Mora.
Teve a oportunidade de trabalhar com a doutora Mariela. Grande exemplo de rigorosidade disciplinar, solidez conceitual e capacidade de trabalho em equipo. Aqui deixo um dos nossos artigos para quem quiser ver o trabalho, pode ser o ultimo trabalho académico que ela desenvolveu:
file:///Users/franciscojavierpaez/Downloads/2716-Texto%20del%20art%C3%ADculo-9639-1-10-20120704.pdf