Tras la lectura de la más reciente publicación de nuestro colega Mauro Vallejo, Luis Sanfelippo formuló al autor una serie de preguntas que han sido respondidas vía correo electrónico. Mauro y Luis han tenido la amabilidad de compartir esta interesante entrevista con el blog para que llegue a todo nuestro público como una invitación a conocer esta novedad editorial.
Luis Sanfelippo: Hace unas semanas la Editorial de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (EDUNTREF) comenzó a distribuir tu libro Onofroff, un telépata en tiempos de Mitre. Hipnosis y esoterismo en la trama cultural, 1890-1910. El volumen, de más de 400 páginas, se mueve en una tensión provocativa, pues desmenuza de modo prolijo un episodio bien recortado -la presencia en Buenos Aires, entre marzo y junio de 1895, de un ilusionista teatral-, pero al mismo tiempo despliega un análisis más ambicioso y erudito, referido a historias que abarcan las últimas dos décadas del siglo XIX (historia de la hipnosis, de la histeria, de la medicina nerviosa, del esoterismo). Mi primera pregunta sería: ¿Por qué Onofroff? O más bien, ¿quién era Onofroff?
Mauro Vallejo: No sabemos bien quién era Onofroff, y tal vez no importa demasiado. Pero sí sabemos qué cosas hacía, sobre todo por las reacciones que generaba. Sabemos que fue un ilusionista e hipnotizador que entre la década de 1880 y la Primera Guerra recorrió incontables países de Occidente, y que en muchos de esos contextos logró maravillar con sus proezas, tanto al público general como a agentes del mundo letrado o científico. ¿Por qué Onofroff? Estudiar estas figuras nos enseña que para entender los procesos de conformación de saberes y disciplinas científicos, tenemos que poner entre paréntesis prejuicios muy arraigados -mucho más de lo que suponemos-, referidos por ejemplo a quiénes participaban de la producción o divulgación de “hechos” u “objetos” de ciencia, o en qué lugares esos procesos tenía lugar. La separación entre el laboratorio y el circo no era tan nítida; tampoco se puede hablar de una relación excluyente entre el sabio y el amateur aventurero. En tal sentido, es mucho más que una anécdota el hecho de que médicos de ganado renombre (José María Ramos Mejía o Domingo Cabred) hayan tratado a este hipnotizador viajero con algo más que cortesía: lo invitaron a hacer demostraciones en el manicomio y fueron, lápiz en mano, a sus muchas exhibiciones.
L. S.: Planteo la misma pregunta, pero esta vez con lenguaje metodológico: ¿qué motivó la decisión de enfocar un acontecimiento “micro”, y qué desafíos estuvieron enlazados con esa tarea?
M. V.: No se trata de una pregunta sencilla, y me parece que va apuntada asimismo a un interrogante acerca de las fuentes. Empiezo por esto último. Esta investigación sobre Onofroff me empujó a hacerme una idea que siguió teniendo fuerza en otros proyectos que llevé a cabo. Sabemos todavía muy poco o casi nada a propósito de cosas que, para decirlo de modo apresurado, tienen que ver con el apuntalamiento y el devenir social de actores como los médicos de fines de siglo XIX. ¿Cómo era su presencia en la ciudad, cómo construían su clientela, cómo se publicitaban, cómo batallaban entre sí o contra enemigos como los curanderos? Y para empezar a responder algunas de esas preguntas, la prensa diaria ha demostrado ser un recurso más que provechoso (y poco explotado a nivel local). Y aquí viene la cuestión de lo “micro”. Casi no hace falta que lo diga: esas escalas son constructos con los que operamos los que hacemos historia, y lo esencial no es cuán fragmentario es lo que analizamos, sino hasta qué punto somos capaces de construir herramientas que repongan el “mundo” en que esa pequeña pieza tuvo su significación.
L.S.: Durante un par de meses Onofroff generó en Buenos Aires mucho más que un éxito teatral. Sus prodigios telepáticos fueron tomados muy en serio por los médicos más exigentes, por Rubén Darío y por Bartolomé Mitre, para mencionar algunos nombres del universo letrado. ¿Cómo se explica esa irradiación de un personaje un tanto aparatoso?
M.V.: Responder a ese interrogante es un modo de volver a la observación del inicio. Para una mirada actual, que da por descontado la existencia de tabiques o fronteras que son bastante recientes, no puede despertar sino sorpresa el relato de estos presuntos hacedores de prodigios que podían frecuentar con soltura escenarios sospechosos y universidades, salones y hospitales o laboratorios. Lo que nosotros tomamos como un éxito enigmático, debe ser más bien una herramienta para entender mejor las urdimbres culturales que daban a estos fenómenos una significación tan particular. Onofroff maravilló a casi todos porque era un productor entrenado de fenómenos que, amén de ser verosímiles para el ideario finisecular, despertaban gran interés en la medicina o la naciente psicología. Lo que se intenta mostrar en el libro es que en una metrópolis donde casi no había médicos que supieran hipnotizar, y donde no había laboratorios o centros de investigación en los que se pudieran estudiar fenómenos tan atractivos como la sugestión o la clarividencia, Onofroff significó una suerte de laboratorio viviente; daba a ver lo que todos querían observar y medir. De esa forma se entiende que los médicos lo hayan convocado a producir sus milagros en los nosocomios, e incluso en un lugar como el Departamento Nacional de Higiene. Y eso explica asimismo que los doctores hayan sido quienes más colaboraron para el prestigio público del telépata, hablando de él en los diarios, casi siempre en términos elogiosos.
L. S.: Nos llevaría demasiado tiempo reseñar todos los actores sociales que se movilizaron alrededor de este episodio fascinante. Pero hay un actor social que en tu libro tiene un protagonismo bien seguro. Me refiero a los espiritistas. ¿Por qué tuvieron un lugar tan destacado en los debates a propósito de Onofroff?
M. V.: Los espiritistas kardecianos de Buenos Aires, sobre todo los miembros de la sociedad Constancia, hicieron un uso estratégico de la popularidad adquirida por el hipnotizador. Era casi previsible que se comportaran de ese modo. El movimiento espiritista ya no vivía su época de oro, al menos en lo que se refiere a su capacidad de intervenir en el foro público. En tal sentido, aprovecharon la credibilidad que todos otorgaban a Onofroff para relanzar su credo. Lo hicieron de dos maneras. Primero, desde su óptica no había grandes diferencias entre los poderes inmateriales de Onforoff, que todos celebraban, y las fuerzas o entidades espirituales que formaban parte de su propio credo. Por ese motivo, desde su punto de vista, que los grandes diarios como La Nación o La Prensa dedicaran columnas enteras para reconocer la existencia de la telepatía o la telekinesis, significaba un reconocimiento acallado y culposo de la verdad de las teorías de Kardec. Los integrantes de Constancia apelarían a esa argumentación cada vez que una discusión sobre fenómenos misteriosos o enigmáticos ganaba las columnas de la prensa general; sin ir más lejos, harían algo muy parecido un año más tarde, en ocasión del descubrimiento de los rayos X. Segundo, los kardecianos porteños hicieron algo más. El estudio de los podres de Onofroff les sirvió de auxilio para atacar, no sin razón, a los médicos de la ciudad. Leyeron las columnas y artículos publicados por los doctores acerca del visitante, y señalaron las inconsistencias y las paradojas de sus afirmaciones e hipótesis. No les faltaba razón, pues los médicos de Buenos Aires habían hecho declaraciones a veces contradictorias. De esa forma, los espiritistas vieron en este episodio una repetición vergonzante de cosas ya comprobadas: desde hacía dos décadas, los médicos locales se veían en apuros cada vez que ensayaban una explicación de hechos como la hipnosis; más aún, desde siempre los doctores habían mostrado ser practicantes muy torpes o inseguros del hipnotismo. Tanto a nivel teórico como en el plano práctico, siempre quedaban a la zaga de sus competidores no diplomados (charlatanes, magnetizadores, curanderos, etc.).
L. S.: Esto nos da pie a una última pregunta. Tu libro propone de alguna forma una reflexión acerca del impacto de los idearios esotéricos en la historia de una ciencia como la psicología, ¿no es así?
M. V.: En efecto, es una conjetura que he desarrollado tanto en este libro como en otra monografía referida a la presencia en Buenos Aires (entre 1892 y 1894) del “Conde de Das”. La reconstrucción histórica de las reacciones despertadas por Onofroff y por otros hacedores de prodigios pone de manifiesto no solamente la frecuente porosidad entre los idearios esotéricos y lo que hoy llamaríamos el campo científico, sino también la identidad híbrida de los agentes sociales que intervenían en la forja del mundo letrado. Si dejamos de lado el mundo del esoterismo (sus actores, sus fenómenos, sus teorías), si no estudiamos en serio esos elementos, quedamos muy mal parados para comprender la agenda intelectual de la medicina mental o de la psicología de esas décadas. A tal respecto, es paradigmático el caso de José Ingenieros, considerado como uno de los primeros impulsores de la ciencia psicológica en Buenos Aires. Muchos de los estudios que han sido llevados a cabo acerca de sus ideas menosprecian (o simplemente desconocen) su inicial participación de la trama esotérica, y por ese motivo no logran explicar el cimiento productor de sus intereses y cometidos.
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