El 12 de noviembre del 2014, el historiador Daniel Todes, de la Universidad Johns Hopkins, publicó una biografía de 880 páginas sobre Ivan Pavlov. Esto podría parecer un mero hecho informativo, si no fuera porque, tras estudiar por 20 años la vida y obra de Pavlov, nos ofrece una reinterpretación de su trabajo.
Todes hace uso de una gran cantidad de material de archivo para retratar la personalidad, la vida, los tiempos, y el trabajo científico de este connotado fisiólogo ruso. Combina documentos personales y entrevistas con una lectura de textos científicos; entre ellos, destaca dos obras inéditas: una donde revisó radicalmente su visión del lugar del reflejo condicionado en psicología; otra, un ensayo psicológicamente revelador sobre la ciencia, la religión y el bolchevismo.
Pero este libro también es una biografía tradicional de la “vida y los tiempos” que tejen a Pavlov en unos 100 años de la historia de Rusia.
El libro está dividido en 7 partes y constituido por 49 capítulos, más un epílogo. Roger Smith, profesor emérito en Historia de las Ciencias de la Universidad de Lancaster comenta que este libro tiene el valor de remplazar “una masa de comentario y la presunción mal informada”. Y plantea que esto es necesario “no sólo por la importancia de Pavlov en la ideología soviética y la cultura científica, sino también por su imagen pública en todo el mundo como la del modelo mismo de un científico experimental”. Para Smith, una biografía como ésta sirve de ejemplo a la investigación humanística que debe contribuir “a la discusión pública del lugar de la ciencia en el mundo moderno (…)”.
Ivan Pavlov nació en la ciudad rusa provincial de Ryazan y fue el primero de diez hijos. Como hijo de un sacerdote, asistió a escuelas de la iglesia y el seminario teológico. Desde temprana edad luchó contra la religión. En 1869, dejó el seminario para estudiar fisiología y química en la Universidad de San Petersburgo. Su padre estaba furioso, pero Pavlov no se dejó intimidar. Nunca se sintió cómodo con sus padres, o, como esta biografía deja claro, con casi nadie. No mucho tiempo después de la publicación “Los hermanos Karamazov” (1880), Pavlov confesó a su futura esposa, Seraphima Vasilievna Karchevskaya, que él se identificaba con el racionalista Ivan Karamazov, cuyo escepticismo brutal lo condenó, como señala Todes, al nihilismo y la descomposición.
Pavlov se integró en el mundo intelectual de San Petersburgo en un momento ideal para un hombre con ganas de explorar las reglas que gobiernan el mundo material. El zar había liberado a los siervos en 1861, ayudando a empujar a Rusia en el siglo convulso que siguió. La Teoría de la evolución de Darwin estaba empezando a repercutir en toda Europa. En la universidad, Pavlov aprendía química inorgánica con Dmitri Mendeleev, que, un año antes, había creado la tabla periódica de los elementos como una herramienta de enseñanza. Los soviéticos pronto llevarían la religión al basurero de la historia, pero Pavlov ya la había condenado mucho antes. Para él, no había ninguna religión excepto la verdad: “Es para mí una especie de Dios, ante quien revelo todo, ante el cual descarto la vanidad mundana miserable”, escribió.
A medida que sus formulaciones y modelos se hicieron más complejas, Pavlov se animó a intentar formular una psicología a través de la fisiología. “Sería estúpido como para rechazar el mundo subjetivo”, comentó más tarde. “Nuestras acciones, todas las formas de vida social y personal se forman sobre esta base. . . La pregunta es cómo analizar este mundo subjetivo”. Y cuando pronunció sus conferencias sobre los “hemisferios más grandes del cerebro,” también declaró: “Vamos a esperar y esperar pacientemente el momento en que un conocimiento preciso y completo de nuestro órgano más alto, el cerebro, se convertirá en nuestro profundo logro y el fundamento principal de una felicidad humana duradera”.
Por nuestra parte, nos gustaría resaltar el capítulo 25, donde se aborda la relación de Pavlov con la fisióloga Mariia Kapitonovna Petrova (1874- 1948), su co-investigadora desde 1910 a 1936, cuando fallece. Más allá de la figura de “su amante”, el autor nos revela la importancia que esta mujer tuvo en el desarrollo y constitución de las investigaciones de laboratorio. Así, David Todes termina confrontando la figura de Pavlov como la de “un solista” y destacando sus investigaciones en el contexto de “una orquesta”, donde Mariia sería la colega y compañera más cercana e invisibilizada en el desarrollo de su ciencia.
Recomendamos este libro a nuestro lectores y lectoras, especialmente a quienes les interese reconocer en la labor historiográfica un tinte cuestionador. En su trabajo, Daniel Todes se ha interesado por responder la pregunta ¿por qué las personas piensan lo que piensan? Y en este caso en específico su investigación resulta en una narración que subvierte algunos textos generalistas sobre la historia de las ciencias (en particular de la psicología), evidenciando que muchas de las afirmaciones no se sostienen cuando se busca en las fuentes primarias. Más que un conductista voluntarioso, esta biografía revela la figura de un pensador motivado por descifrar la clave de la vida emocional e intelectual de los seres humanos.